-«Gerineldo, Gerineldo,
el mi paje más querido,
quisiera haberte esta noche
en este jardín sombrío».
-«Como soy vuestro criado,
señora, os burláis conmigo».
-«No me burlo, Gerineldo,
que de verdad te lo digo».
-«¿A qué hora, mi señora,
complir héis lo prometido?»
-«Entre las doce y la una,
que el rey estará dormido».
Tres vueltas da a su palacio
y otras tantas al castillo;
el calzado se quitó
y del buen rey no es sentido,
y viendo que todos duermen,
do posa la infanta ha ido.
La infanta, que oyera pasos,
de esta manera le dijo:
-«¿Quién a mi estancia se atreve
¿quién a tanto se ha atrevido?».
-«No vos turbéis, mi señora,
yo soy vuestro dulce amigo,
que acudo a vuestro mandado
humilde y favorecido».
Enilda le ase la mano
sin más celar su cariño:
cuidando que era su esposo
en el lecho se han metido,
y se hacen dulces halagos
como mujer y marido:
tantas caricias se hacen
y con tanto fuego vivo,
que al cansancio se rindieron
y al fin quedaron dormidos.
El alba salía apenas
a dar luz al campo amigo
cuando el rey quiere vestirse,
mas no encuentra sus vestidos:
-«Que llamen a Gerineldo,
el mi buen paje querido».
Unos dicen: «No está en casa».
Otros dicen: «No lo he visto».
Salta el buen rey de su lecho
y vistióse de proviso,
receloso de algún mal
que puede haberle venido:
al cuarto de Enilda entraba
y en su lecho halla dormidos
a su hija y a su paje
en estrecho abrazo unidos.
Pasmado quedó y parado
el buen rey muy pensativo,
pensándose qué hará
contra los dos atrevidos:
-«¿Mataré yo a Gerineldo,
al que cual hijo he querido?
Si yo matare la infanta,
mi reino tengo perdido!».
En tal estrecho, el buen rey,
para que fuese testigo,
puso la espada por medio
entre los dos atrevidos.
Hecho esto, se retira
del jardín a un bosquecillo.
Enilda al despertarse,
notando que estaba el filo
de la espada entre los dos,
dijo asustada a su amigo:
-«Levántate, Gerineldo,
levántate, dueño mío,
que del rey la fiera espada
entre los dos ha dormido».
-«¿Adónde iré, mi señora?
¿Adónde me iré, Dios mío?
¿Quién me librará de muerte,
de muerte que he merecido?».
-«No te asustes, Gerineldo,
que siempre estaré contigo:
márchate por los jardines,
que luego al punto te sigo».
Luego obedece a la infanta,
haciendo cuanto le ha dicho,
pero el rey, que está en acecho,
se le hace encontradizo:
-«¿Dónde vas, buen Gerineldo?
¿Cómo estás tan sin sentido?»
-«Paseaba estos jardines
para ver si han florecido,
y vi que una fresca rosa
el color ha deslucido».
-«Mientes, mientes, gerineldo,
que con Enilda has dormido».
Anonimo
Verde que te quiero verde.
Verde viento. Verdes ramas.
El barco sobre la mar
y el caballo en la montaña.
Con la sombra en la cintura
ella sueña en su baranda,
verde carne, pelo verde,
con ojos de fría plata.
Verde que te quiero verde.
Bajo la luna gitana,
las cosas la están mirando
y ella no puede mirarlas.
*
Verde que te quiero verde.
Grandes estrellas de escarcha,
vienen con el pez de sombra
que abre el camino del alba.
La higuera frota su viento
con la lija de sus ramas,
y el monte, gato garduño,
eriza sus pitas agrias.
¿Pero quién vendrá? ¿Y por dónde...?
Ella sigue en su baranda,
verde carne, pelo verde,
soñando en la mar amarga.
Compadre, quiero cambiar
mi caballo por su casa,
mi montura por su espejo,
mi cuchillo por su manta.
Compadre, vengo sangrando,
desde los puertos de Cabra.
Si yo pudiera, mocito,
ese trato se cerraba.
Pero yo ya no soy yo,
ni mi casa es ya mi casa.
Compadre, quiero morir
decentemente en mi cama.
De acero, si puede ser, con
las sábanas de holanda.
¿No ves la herida que tengo
desde el pecho a la garganta?
Trescientas rosas morenas
lleva tu pechera blanca.
Tu sangre rezuma y huele
alrededor de tu faja.
Pero yo ya no soy yo,
ni mi casa es ya mi casa.
Dejadme subir al menos
hasta las altas barandas,
¡dejadme subir!, dejadme
hasta las verdes barandas.
Barandales de la luna por
donde retumba el agua.
*
Ya suben los dos compadres
hacia las altas barandas.
Dejando un rastro de sangre.
Dejando un rastro de lágrimas.
Temblaban en los tejados
farolillos de hojalata.
Mil panderos de cristal,
herían la madrugada.
*
Verde que te quiero verde,
verde viento, verdes ramas.
Los dos compadres subieron.
El largo viento, dejaba
en la boca un raro gusto
de hiel, de menta y de albahaca.
¡Compadre! ¿Dónde está, dime?
¿Dónde está tu niña amarga?
¡Cuántas veces te esperó!
¡Cuántas veces te esperara
cara fresca, negro pelo,
en esta verde baranda!
*
Sobre el rostro del aljibe
se mecía la gitana.
Verde cama, pelo verde,
con ojos de fría plata.
Un carámbano de luna
la sostiene sobre el agua.
La noche se puso íntima
como una pequeña plaza.
Guardias civiles borrachos
en la puerta golpeaban.
Verde que te quiero verde.
Verde viento. Verdes ramas.
El barco sobre la mar.
Y el caballo en la montana.